Crónica de la búsqueda de una historia & Crónica de una visita inesperada.
- Ferney Ibarra P.
- 8 dic 2017
- 4 Min. de lectura
31 grados centígrados, humedad del 53%, los rayos del sol escapan del cielo y se filtran por las nubes, rabiosos.
Un día común en Villavicencio, caluroso, ‘como para variar’. De esos días donde la sensación térmica da la impresión de que La puerta del Llano pareciera estar más cerca del sol que muchas ciudades del país. Jueves 10 y 39 de la mañana.
Plaza Central Los Libertadores. Las palomas caminan junto a los hombres. El hombre extraño que se acerca temeroso, a la expectativa, absorto en sus pensamientos, con la sensación de que una buena historia puede ser contada. Su compañero, otro hombre extraño, no muy confiado, lo acompaña con alguna clase de derrotismo anticipado.
Las tres mujeres, cada una con su bebé en brazos, se esconden bajo un árbol aguardándose en su sombra, amamantando a sus hijos, hidratando sus sedientas bocas. Dejan en evidencia su condición de foráneas, de visitantes. Sus rasgos faciales, su color de piel, el de sus cabellos, por su parte, dejan en evidencia su característica principal de indígenas.
El hombre extraño se presenta y hace un saludo rápido cuando se detiene frente a ellas, las tres lo ignoran al tiempo, lo esquivan, hacen de cuenta de que no es con ellas, lo evitan con movimientos de cabeza que evidencian algo de incomodidad.
El hombre extraño cree que no hablan su lengua, ignorante de su condición cuidadosa de no involucrase con extraños, se frustra y se aleja, con paso lento pero decidido. El compañero, el también extraño, regresa su vista y ve que la señora que vende naranjada cerca de ellas, se da cuenta del rechazo e intervino, hablando con una de ellas.
Ellas, las mujeres foráneas, ahora con una sonrisa que se les marca, invitan sin decir una palabra a que el hombre extraño y compañía, regresen tímidos pero decididos. Nuevamente se presentan, tratan de hacerlo pausado, entre aturdidos y confusos. Se les mira ahora menos extraños y más cercanos, tratando de establecer comunicación con cada una de ellas. Se mezclan, próximos, se sientan a preguntar y a escuchar sus historias.
Aquí termina la crónica de la búsqueda de una historia, e inicia el de una visita inesperada.
Ella, Diana Maribel Gutiérrez, mituana de nacimiento, mujer que acaba de cumplir la mayoría de edad, no esperaba la visita de una enfermedad que, en su primogénito hijo de apenas 4 meses, encontraría huésped.
Desde el resguardo San Antonio a orillas del río Papurí, Diana salió un día hace seis meses, después de ver como su bebé presentara síntomas de gripe, tos, vómito y diarrea, que los condujo a la hospitalización y luego a su traslado a la ciudad de Villavicencio. Cuenta ella su historia con algunas dificultades en la composición de oraciones al español, su nativo Siriano se nota en los fonemas que escapan de su boca traducidos en una lengua extraña pero cada vez más común.
“Pañitos de agua tibia para que se le quite la fiebre”, me dice y agrega que no le dan acetaminofén porque según la enfermera el bebé no tiene fiebre, sólo le da algo de líquido para que no se deshidrate.
Se vino solamente acompañada de su bebé a una ciudad que desconocía. Las mujeres que estaban con ella ahora, sentadas bajo el árbol, descansando en la sombra, eran amigas que hizo en el albergue La Maloka, un hogar de paso que se ubica en el Barzal. Ellas también indígenas, pero pertenecientes a otro grupo étnico, los Sikuani, vienen de Gaitán y Mapiripán. Las que venían de Vaupés, sus amigas, que incluso llegaron a cuidar a su hijo, se fueron hace algún tiempo. Las recuerda con nostalgia.
Después de una radiografía y de una prueba de sangre que le realizaron a su hijo, espera el informe que le dé el aval a la colonoscopia con urgencia, con todas las ganas de regresar a su comunidad, junto a su madre. Dice que su mamá la llama preocupada por la situación del bebé, pero que ella la calma con noticias alentadoras ya que ha presentado bastante mejoría.
Su situación económica no es la mejor como madre soltera, ella se encarga de casi todos sus gastos y los de su hijo, en el albergue le dan sus tres comidas y aunque tiene el respaldo de su hermano quién vive en Cubarral, quién también se preocupa por ella y por el bebé, el dinero que él le provee mensualmente se queda corto a veces. Él le dice en pronto viajará a Villavo, y ella, lo espera impaciente.
Mirando fijamente a su interlocutor; le cuenta, que le gusta mucho Villavicencio, que la han tratado bien, mientras de manera imprevista, su compañera Sikuani, sentada junto a ella, interviene, diciendo lo contrario, que, por su parte, ella no está "amañada", que se quiere regresar.
Cuenta nostálgica Maribel que extraña la comida de su tierra, sobretodo comer casabe, quiñapira y el mañoco. También dice que se aburren todo el día en el albergue y que por ello salieron. Les gusta salir y distraerse. Llevar a los bebés, que cada día pesan más. Juguetones, entretenidos, sonríen a cada gesto que los extraños hacían.
También cuenta que debe registrar a su hijo por condición de la doctora que lo atiende, aunque su nombre no lo tiene pensado aún. Así la conversación transcurrió mientras ella se tomaba una naranjada y en sus piernas reposaba su hijo quien sonreía a cada gesto que hacía el entrevistador.
Sin pensarlo, sin esperarlo, recibieron otra visita inesperada, la de dos agentes extraños dispuestos a escuchar lo que decían. Curiosas, tímidas y sobretodo cuidadosas de decir algo inapropiado, todo se turnaba entre ellas.
Mientras ellos, expectantes, interrogativos, expresivos, como grandes escuchas ahora no tan extraños, se despedían siendo interrogados en un cambio de rol.
Por su parte Diana Maribel, hasta foto y grabación se dejó tomar mientras interrogaba la vida de su entrevistador. A quién ignoró alguna vez, ahora se despedía de él con una sonrisa en su rostro dibujada.
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